de Félix Meléndez
-“¿Alguna vez has matado a un hombre?” – pregunté antes de botar el humo y mirarlo a los ojos.
– “Quizás no a propósito. Pero, y ¿a qué viene al caso?
Es que no había otro caso. Todavía no comprendía que el motivo de mi visita era muy sencillo. Sólo tuve que hacer las preguntas correctas para llegar al origen del desespero.
Como a muchos otros le hacía falta tanto… no es que yo me regocijara en la abundancia, tal vez, sólo tenía más que él la certeza. Además es tan común que nadie sospecharía. La falta de seguridad y la crisis hace que florezcan.
Compramos alcohol en el bar de la esquina y seguimos a casa. Tenía que ser así. Al acabar se quedó dormitando en el sofá, mientras yo me senté a escribir este cuento.
Así comienza mi relato. Pero se interrumpe el aire. Mi voz se escapa por la sonrisa que en el cuello me dibuja el cuchillo que recién le regalé. El mismo que compré para mi protección.
Acaba, llora, ríe. Ahora tiene más.