de Heidi Marie Muñoz
Se frotó los ojos intensamente, como quien despierta de un largo día ocioso. Su tez canela jugaba a contraluz con aquel pequeño rayo que sus persianas permitían entrar. Aún no logro entender por completo eso que esconde detrás de la rasgadura de sus ojos. Quizás alguna fechoría o alguna aventura, tal vez guarda sus deseos reprimidos más íntimos.
Ella iba a la deriva. Se dejaba llevar. Todavía no despertaba, pensé que lo hacía; pero no, la corriente la desvió. Puede ser que sea el magma fluido y ardiente de alguna pasión efímera continua desviándola.
La noche le servía como sábana para resguardarse. Tal vez por esto no despertaba del todo. Una tormenta llena de temores, de esos que erizan sus cabellos en las más hermosas ondas. ―¿Entenderá que sentir temor no es del todo malo?
Sólo es malo si ella continúa inmóvil ante la eterna dualidad de la realidad y la irrealidad. Tan dual que despierta sin despertar. Tanta inacción en tanto potencial.
Se frotó los ojos intensamente, como quien despierta de una larga vida ociosa. “Hoy es el día en el que me enfrentaré a mis temores.”, dijo exaltada mientras agarraba un lápiz como si fuese una varita mágica y conjuraba todos sus males y miedos en una hoja de papel. Despertó, escribió.